El día de la mujer trabajadora de 2017 la famosa plaza de Wall Street en Manhattan cedía parte de su espacio a la escultura de bronce de una niña con los brazos en jarra y mirando al horizonte. Con una actitud desafiante ante un destino incierto, la estatua fue bautizada como Fearless Girl, (la niña sin miedo) y fue plantada en un espacio donde no se la pudiera ignorar.
La escultura transmite una mágica confianza a todo aquel que pasa a su lado, más aún porque mira hacia el icónico toro del Wall Street y con él acaba conformando un duelo de lo más entretenido. Si quitamos todo este simbolismo y nos centramos en la lectura más pragmática nos damos cuenta que la escultura forma parte de una campaña de marketing, con una narrativa excelente y promovida por la firma de inversión State Street Global Advisors destinada a concienciar sobre la presencia de más mujeres en puestos de responsabilidad.
La niña se ha convertido en un ‘must’ a visitar en el barrio financiero de la isla. El mismo alcalde Bill de Blasio dio permiso para que la nueva inquilina prolongase su estancia en la plaza hasta marzo de 2018. Una presencia que no ha estado ajena a la polémica comenzando por el artista del toro que desafía a la niña, Arturo Di Modica, que explicó que la pequeña “altera el sentido de su obra” y finalizando por los grupos feministas que reconocen en la escultura una “mercantilización de su movimiento”. Polémicas aparte la pequeña es todo un símbolo, es la representación de cómo la comunicación digital ha hecho de una escultura algo planetario.
Los datos así lo retratan: más de 4,6 mil millones de impresiones en Twitter y 746 millones de impresiones en Instagram en 12 semanas, una cobertura mediática sin parangón, el nacimiento de una petición en change.org para su estancia permanente en Nueva York y ser considerada la mejor idea publicitaria del año 2017 según el festival Internacional de Publicidad de Cannes con más de 14 premios recogidos, son solo algunos de sus logros.
Algunos, acertadamente, han llegado a reconocer que la escultura ha eclipsado el mismo mensaje de la campaña. Y es que lo que verdaderamente ha hecho que trascendiera el mensaje era la imagen de la niña. Una simple escultura que ha inspirado a la ciudadanía, concretamente una ciudadanía anhelante de símbolos en los que sentirse representados. Y ahí radica uno de los grandes retos de nuestra era, atraer la atención de los usuarios con mensajes constructivos. Y es que la sobreinformación no lo pone nada fácil, según la agencia Publicis en un reciente estudio “la media de atención de los centennials (los nacidos a partir de 1995 hasta la actualidad) se ha reducido a 8 segundos”. Por lo que podemos decir dos cosas, uno que la campaña es todo un hito comunicativo de nuestro tiempo y dos, ¿qué le pasará a una generación en la que la atención está bajo mínimos y las emociones son las principales encargadas de conducir su interés?
Mientras escribo estas palabras uno de los YouTubers más seguido del mundo, Paul Logan, con 15 millones de suscriptores en su canal acaba de subir un vídeo titulado So Sorry (en dos días obtuvo 28 millones de visualizaciones). Logan (22 años) utiliza este atril digital para disculparse por grabar, editar y subir un vídeo en el que aparece el cuerpo de un hombre que se ha quitado la vida. El youtuber viajó a Japón con amigos y recaló en el bosque Aokigahara, allí la estrella de Internet tropieza con lo que al final resulta ser el cuerpo de un hombre que se ha suicidado y decide grabarse con él. Aunque Logan tuviera la “deferencia” de pixelar la cara del fallecido la grabación no duró ni un día en la red ya que YouTube decidió retirar el contenido.
Logan nos sirve de ejemplo para cristalizar una realidad, un líder de opinión contemporáneo para muchos jóvenes no alcanza a comprender el efecto del contenido que va a lanzar a la red (por mucho que en el vídeo el youtuber diga que es la grabación más ‘surrealista’ que ha realizado y pretenda dulcificar una escena de lo más irreverente). Viéndolo me recordaba la pregunta que lanzaba Catherine L´Ecuyer en un artículo titulado “La banalidad del mal” en el que apelaba al lector diciendo: “Cómo educar para que nuestros hijos sean más Homo Sapiens que i-persons, para que sean capaces de reflexión y para que la información deje de consumir su atención convirtiéndoles en enamorados de la irrelevancia”.
No sería justo decir que la nueva hornada generacional que viene es una generación ‘zombie’ debido a su hiperconexión y a la escasa atención a los problemas reales. El pasado mes de octubre la revista POLÍTICO lanzaba una noticia muy consoladora: “Los jóvenes suscriptores acuden a los antiguos medios”.
La noticia venía a identificar una nueva tendencia en Estados Unidos en la que jóvenes de entre 18 a 24 años habían comenzado a suscribirse a periódicos de papel debido a dos factores: ser una generación acostumbrada a pagar por contenido de calidad online (Netflix, Spotify, Amazon…) y preocupada por la situación de su país más aún con la irrupción de Trump en la Casa Blanca. Todo ello ha servido de acicate para dibujar un nuevo escenario en el que empezar a abanderar una nueva revolución, la revolución de las virtudes humanas en la era de la comunicación. Se empiezan a dar cuenta que deben informarse sobre lo que pasa, entenderlo y con sentido crítico trabajar por el cambio.
En definitiva, la atención de los usuarios como los datos personales, son los nuevos oros negros de nuestra era. Debemos reconocer este momento como un desafío para moldear, como lo hizo la artista Kristen Visbal con la escultura de la niña sin miedo, a una nueva generación que potencie el buen contenido en las redes y por descontado en los medios. Tenemos la responsabilidad de no ver Internet como una amenaza sino como un aliado para acompañar a una generación que también anhela de ejemplos en los que verse reflejados. Sintonicemos con ellos y ayudémosles en casa o en las aulas a trabajar para que sean los nuevos líderes de esta era. Nuevos líderes con un sentido crítico y a la vez constructivo dispuestos a liderar el mundo que van a heredar.
Jose María Ivorra López
Periodista